Amanecía y tenías la canción más bella de los lavaderos. Del color del patio de los emigrantes. No nos salvamos sin quien cante o cuente —decíamos. Entonces sí; teníamos la voz de los ancestros.
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Un poeta venera el aullido de sus lobos. Así como un pintor mutila sin piedad las sobras de su cuerpo. O un músico restituye el prestigio del silencio. Hay artistas que de tan salvajes, lloran el rocío sobre las cortes.
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Por la tarde, no te hallaba en los portarretratos. Y suelo faltar en los espejos. Destemplados, tuvimos galas en el bosque.
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Al final ¿de qué serviría una deidad que no priorice la pasión a las prisiones una mujer sin labios una mirada sin salvajismo un profeta sin espada un amigo sin desesperación un hombre sin cicatrices?
5 comentarios:
¿Para que salvarnos entonces?
un hombre sin cicatrices no creo que escriba esta poesía...
saludos, encantada de leer te
"Y suelo faltar en los espejos". Yo a veces no encuentro mis huellas.
Abrazos
y también venera la grieta,
por donde sale entrando el destino
y la mano que tapa
la grieta
el detino
la mano
Bellezas, muñecas prendidas en alfileres.
Un placer encontrarlas
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